viernes, 12 de diciembre de 2008

*"LA VIVIENDA"*

La decadencia del régimen feudal determinó en todos los países de Europa un profundo cambio tanto en la vida pública como en la privada. Uno de los fenómenos que más directamente ha influido en la historia de la vivienda es la importancia que con motivo de esta decadencia tomaron las ciudades y las poblaciones urbanas. Los artesanos y campesinos pudieron evolucionar, mejorar su posición económica y adquirir derechos políticos no bien consiguieron liberarse de la dura servidumbre a que estaban sometidos; hasta ese momento habían dependido, en efecto, de un señor feudal que vivía encerrado en un poderoso castillo fortificado y que se desinteresaba por completo de la situación de sus vasallos. Prosperó el comercio, y los mismos nobles fueron seducidos por el bienestar de las ciudades. La importancia que éstas adquirieron dio origen en ocasiones a enconadas rivalidades que culminaron en sangrientas guerras.
El nuevo estado de cosas se refleja, naturalmente, en la construcción de las viviendas. Las casas son simples, pero ya no tienen el aspecto de covachas. Se componen por lo general de una planta baja con una pieza principal; en el primer piso están las habitaciones de los dueños, y debajo del tejado las de los servidores. Los artesanos y los comerciantes transfieren la sala común al primer piso y destinan la planta baja a taller o a tienda; la ventana de madera, sirve de vitrina a los comerciantes.
Viviendas al sudeste de Italia
Las familias ya no se encierran en su vida privada y aumenta el deseo de sociabilidad; las puertas permanecen abiertas una gran parte del día, aparecen ventanas en las fachadas hasta entonces ciegas y el patio interior pierde importancia.
El espacio que se reserva para lo relacionado con la higiene es restringido; para remediar esto surgen en Europa los baños públicos. Ya no hay una diferencia esencial entre la casa de un pobre y la de un rico, pero esta última presenta a menudo torres laterales que constituyen una marca de dignidad y un refugio en caso de conflicto. Al mobiliario, compuesto hasta entonces de cofres, mesas y lechos, se añaden tapices en las paredes y a veces decoraciones polícromas. Como los conflictos entre ciudades son frecuentes, sobre todo en Italia, hay necesidad de defenderse; así surgen, especialmente en Toscana, las casas-torres, verdaderos torreones en donde las piezas están dispuestas en alto.
En los otros países de Europa, siguiendo una costumbre que viene desde los tiempos más remotos, se utilizan la piedra tallada y el ladrillo para la construcción de los pisos inferiores y la madera para los tejados. Con el objeto de ganar espacio y mejorar la iluminación de las habitaciones se adopta una especie de galería, pintada a menudo en el exterior y ricamente decorada con bajos relieves.
Los tipos de vivienda que acabamos de describir aparecen en la segunda mitad del siglo XII. Se mantendrán durante largo tiempo, y se puede decir que en la arquitectura no hubo grandes innovaciones hasta el siglo XV; la transformación que se opera es, efectivamente, una utilización de las formas heredadas de Grecia y Roma, que las excavaciones habían traído a la atención pública. Se aumentó el tamaño de las casas y se suprimieron elementos cuya razón de ser era puramente defensiva. Al mismo tiempo se introdujo más lujo en el moblaje.
En el siglo XV, al aumentar el bienestar económico y el poder político de las clases acomodadas, aparece un nuevo tipo de mansión señorial. Es el palacio, gran casa rectangular o cuadrada que se eleva alrededor de un patio central, inspirada en el peristilo romano, y que comprende una entrada monumental, un amplio vestíbulo, una escalera para los dueños, otra para los domésticos, una serie de habitaciones y sus dependencias en la planta baja, piezas de recepción en el primer piso, habitaciones para los amos en el segundo y para los domésticos bajo el techado.
Hacia la misma época vuelve la moda de las villas en la campiña, que conservan la forma y la disposición del palacio, pero disponen además de balcones y galerías y están rodeadas de un gran jardín.
En todas las viviendas, tanto en la ciudad como en el campo, las diferentes piezas están comunicadas por galerías descubiertas. Pero en todos los países no se siguió el mismo estilo, y el palacio, que fue sucesivamente imitado en Francia, Alemania, Austria, Hungría e Inglaterra, sufrió modificaciones de acuerdo con el gusto y con los tipos de viviendas que habían estado de moda en esas diferentes naciones.
En estas mansiones adquieren gran importancia las salas que se reservan para la vida social; la necesidad de exhibir la propia riqueza se acentúa durante los siglos XV y XVI, y se manifiesta en el mayor lujo del moblaje y en el aumento de las piezas destinadas a la recepción, así como en el gran número de patios y galerías.
Otra característica fundamental del palacio es que no hay un destino bien determinado para cada habitación; en el siglo XV, por ejemplo, las damas francesas y florentinas no vacilaban en recibir a sus visitantes en los dormitorios, y Luis XIV, en su espléndido castillo de Versalles, gustaba de tomar sus comidas en una sala de paso en donde los cortesanos podían asistir libremente a la ceremonia.
Una de las más antiguas, la tienda de pieles animales
Hasta mediados del siglo XVII los arquitectos no se dedicaron a construir habitaciones para la gente del pueblo ni tampoco para la pequña burguesía; estas dos clases, en efecto, no tenían aun gran importancia en la vida ciudadana. En Francia, por ejemplo, podía considerarse feliz el comerciante o burgués que dispusiera de una vivienda con las siguientes comodidades: una planta baja, a veces un subsuelo con cocina, piezas de servicio y sala de trabajo, un primer piso con una gran sala de recepción y sus propias habitaciones.
A partir de mediados del siglo XVI (en Roma desde fines del XV)se crean finalmente, en los países más civilizados de Europa, siguiendo un criterio más práctico y económico, casas divididas en departamentos para la burguesía pequeña y media. Inglaterra; constituye una excepción, pues en ella prevalece aún hoy el gusto por la vivienda individual.
Este género de casas se implanta sobre todo en aquellos países cuyos habitantes, por tradición o bien por temperamento, gustan llevar una vida en común.
La vivienda de la clase media, durante los siglos XVI y XIX, consiste en un departamento con piezas menos amplias que las de las mansiones aristocráticas, pero igualmente bien decoradas. Cada una de ellas tiene un destino preciso: la antecámara, el comedor, la salita, el salón, la despensa, las piezas de servicio. Los arquitectos y urbanistas modernos opinan que estas habitaciones estaban insuficientemente iluminadas, mal concebidas y desprovistas de higiene. Sin embargo, hay que admitir que, si bien menos lujosas, son en cambio más confortables que las viviendas de las clases privilegiadas de los siglos anteriores. Con menos gasto, la casa del siglo XVI consigue además ser igualmente elegante. En las viviendas burguesas el papel pintado corresponde a lo que eran los tapices y los frescos en las moradas aristocráticas, y el parquet ocupa el lugar que allí tenían las losas de mármol o de mosaico.
Todas las habitaciones tienen una estufa que quema madera o un aparato de calefacción más pequeño que los empleados precedentemente, pero que sin embargo cumple mejor sus funciones. La introducción de nuevos tipos de muebles destinados a usos particulares (papelera, escritorio, toilette, etcétera) muestra que se ha hecho un esfuerzo para lograr las mayores comodidades. El mobiliario francés y el veneciano están concebidos con gran cuidado: no sólo son elegantes, sino que ofrecen además numerosos tipos de muebles de línea simple, prácticos y livianos. En Venecia hubo en el siglo XVI artesanos especializados que renovaron la carpintería de muebles y la ebanistería. Unos se encargaban de hacer el cuerpo del mueble; otros, de barnizarlo con laca, etc. Los muebles de Venecia eran apreciados en el mundo entero, y se exportaban sobre todo a Francia y a Inglaterra.
Nos ocuparemos ahora de las viviendas modernas, pero antes, algo sobre las casas tradicionales que subsisten aún en algunos países. En efecto, si bien los cánones de la arquitectura moderna europea y americana se aplican en numerosos países de Oceanía, de Asia y de África, no todos sin embargo los han adoptado.
En muchos lugares quedan pueblos que se suelen llamar "primitivos", que habitan en el corazón de África, de América del Sur, de Oceanía y de Asia. Sus viviendas son completamente distintas de las nuestras, tanto en sus formas como en sus materiales; por eso no podemos dar aquí una información que abarque a todas. Nos contentaremos con decir que, si bien las moradas de trogloditas son hoy ya muy raras, las habitaciones de esos pueblos primitivos recuerdan en general las viviendas prehistóricas. Hay que citar además las casas, tan diferentes entre sí, de esos grupos étnicos que viven en pequeñas localidades donde, pese a la influencia de la arquitectura moderna, se conservan fielmente los tipos de viviendas ancestrales. Esta clase de fidelidad es por cierto muy rara, y suele ser acompañada de un gran apego por los usos y costumbres de los tiempos pasados.
Encontramos algunos ejemplos en los Alpes y en el sur de Italia, en la región de Bretaña, en Francia, en Austria, en el Tirol y en ciertas zonas de Inglaterra y Escocia. Pero sin embargo esos caracteres regionales van desapareciendo pau­latinamente.
Si bien la vivienda burguesa del siglo pasado puede ser considerada, en comparación con las anteriores, relativamente elegante y confortable, en vano buscaríamos en ella los detalles de higiene, luminosidad y disposición práctica de las habitaciones, tan esenciales en la vivienda contemporánea. La adopción casi generalizada de los inmuebles divididos en departamentos creaba numerosos problemas que, sin embargo, no hallaron solución hasta nuestra época. Sus habitantes ignoraban no solamente lo que llamamos bienestar, sino hasta las reglas elementales de la higiene. Los arquitectos de entonces se preocupaban por la apariencia, es decir por el aspecto exterior, más que por el verdadero confort, y se advierten perfectamente los fundamentos de esta afirmación al examinar las normas dictadas por la Municipalidad de Milán a fines del siglo XIX. Y, no obstante, se trata de una ciudad que estuvo siempre a la vanguardia de la arquitectura civil.
En la mayoría de los departamentos no existían cañerías para el agua, y sólo se disponía de un cuarto de baño en el patio y una sola canilla para todo el inmueble. En los departamentos, la distribución de las piezas estaba mal concebida: las ventanas daban generalmente sobre patios cerrados, donde a menudo se amontonaban los desperdicios, y en todos los casos eran demasiado pequeños para asegurar a las habitaciones una ventilación suficiente; la seda, el papel o el terciopelo que recubrían las paredes, las tapicerías, los profundos sillones y los numerosos almohadones utilizados por las amas de casa para hacer más acogedores sus departamentos, se hallaban constantemente impregnados por un característico olor a moho, al cual se mezclaban el de los alimentos y el del humo de las lámparas a kerosene y los braseros a carbón. Sólo algunas de las habitaciones recibían la luz del sol. La clase obrera vivía en condiciones aún más precarias. El problema del alojamiento se agudizó en la segunda mitad del siglo XIX en Inglaterra y en Francia, adonde la aparición frecuente de enfermedades contagiosas atrajo, por fin, la atención de los poderes públicos hacia las condiciones de vida del pueblo.
Departamentos japoneses
Precursor de las modernas viviendas de alquiler reducido, el inglés Robert Open había elaborado, ya en 1816, un proyecto del cual se habla aún hoy cuando se trata de la construcción de viviendas económicas. En Francia, el problema fue abordado de una manera casi radical por Napoleón III, quien hizo construir en París numerosas casas de departamentos; en Italia, el alojamiento de la clase obrera fue también un motivo de preocupación para el gobierno a partir de la última década del siglo XIX, y se resolvió parcialmente algunos años después con la fundación de un organismo que existe aún bajo el nombre de Instituto para la Construcción de Casas Populares. Debemos admitir, sin embargo, que en el sector de las construcciones arquitecturales las soluciones más satisfactorias son bastante recientes. En las casas populares construidas en los alrededores de 1912, si bien puede notarse un gran adelanto sobre las de los años anteriores, se concedía aún escasa importancia a los factores de higiene y luminosidad.
A pesar de estas críticas, no debemos olvidar que las bases de una nueva arquitectura fueron echadas durante el transcurso del siglo XIX, dando origen, de este modo, a un nuevo tipo de alojamientos. La renovación de la arquitectura, cuyo origen se halla en la historia de la sociedad, estuvo acompañada por una verdadera revolución en la técnica de la construcción, gracias a los distintos materiales introducidos. Experimentados primero en los edificios de interés público, como pabellones para exposición, sedes de sociedades u oficinas, puentes, el hierro, la fundición y el cemento armado serían utilizados con progresiva frecuencia por los arquitectos franceses, ingleses y americanos. Fueron esos nuevos materiales los que permitieron levantar los rascacielos de Nueva York y Chicago y desarrollar en altura las ciudades europeas más importantes.
En la segunda mitad del siglo XIX se conoce el ascensor, y a principios del presente es introducida la bañera, en una habitación estrictamente reservada al cuidado del cuerpo, al menos en las viviendas burguesas.

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